miércoles, 12 de septiembre de 2018

La industria 4.0 y la Universidad.


John Freddy Duitama

Con cada vez más frecuencia nos enteramos de robots que hacen los oficios domésticos, de la producción de alimentos modificados genéticamente, de la producción automatizada de vehículos autónomos, de software que atiende a los clientes en los contact-centers o que reemplaza a los corredores de bolsa para sugerir a los inversionistas en donde poner su dinero. Todos estos ejemplos son los pioneros de la llamada industria 4.0. 

La cuarta revolución industrial es un nuevo paradigma de organización de los medios de producción en el que convergen tecnologías digitales, físicas y biológicas; tiene como propósito la automatización de mucha de la producción industrial, por medio de la interacción de la inteligencia artificial, el internet de las cosas (los objetos cotidianos conectados a internet), la biotecnología y los nuevos modelos de hacer negocios.  Su objetivo es lograr la optimización de recursos e incrementar la productividad.  Se habla de revolución industrial porque sus impactos en la sociedad se ubican al mismo nivel de la primera revolución industrial que permitió pasar de la producción manual a la mecanizada, de la producción en masa que propició la electricidad en la segunda y de la electrónica y la proliferación de la tecnología de la información que ha caracterizado la tercera.

Como toda revolución genera cambios radicales en la sociedad, oportunidades y por supuesto, retos a superar; el primer reto, entre muchos otros, tiene que ver con el proceso de destrucción creativa que origina; pues a diferencia de las tres anteriores revoluciones, creará menos empleos de los que destruirá. Según un estudio publicado por McKinsey Global Institute, más de 2,000 actividades laborales en 800 profesiones, cerca de la mitad de las actividades por las cuales se pagan salarios equivalentes a $15 billones en la economía mundial, tienen el potencial de ser automatizadas; es decir, cerca de la mitad de las actividades que son remuneradas en el mundo son automatizables con las tecnologías existentes. 

Un segundo reto está relacionado con el uso de programas basados en la Inteligencia Artificial; la mayoría de las veces estos parten de identificar nuestros patrones de comportamiento y pueden llegar a acumular un gran conocimiento sobre cada uno de nosotros. El potencial de la inteligencia artificial hace que pueda ser usada para moldear nuestros comportamientos e incidir en las relaciones sociales y las formas de organización.  

Un tercer reto es la contradicción generada entre el logro de una máxima productividad y una disminución de la capacidad de consumo, dado el alto desempleo que genera. Algunos países ya han propuesto la figura del ingreso básico universal como un paliativo, más no una solución a la desigualdad en los ingresos que generará. 

Un cuarto reto tiene que ver con la velocidad con la que cambian las cosas, pues gracias a estos nuevos paradigmas es muy difícil establecer qué pasará con el mundo en los próximos años y que tipo de sociedad, de personas y de modelos de producción devienen. En consecuencia, las profesiones y los oficios cambiarán rápidamente y los saberes perderán vigencia; al mismo tiempo se abrirá el espacio para el desarrollo de servicios y productos antes no imaginados.

La mayoría de estos retos son hoy tema de debate en muchos escenarios de discusión: El Foro Económico Mundial reflexiona sobre el futuro de los empleos, las Naciones Unidas se plantea la necesidad de incrementar el capital de conocimiento de las naciones. En una sociedad en donde el cambio es la constante y los oficios y las profesiones se deben reinventar cada día, aparecen una serie de retos para la universidad.

Muchos expertos en pedagogía indican que, en este nuevo contexto, la enseñanza debería dedicarse a desarrollar en los alumnos principalmente el pensamiento crítico, la capacidad de comunicación, el trabajo colaborativo y la creatividad; que, en lugar de desarrollar habilidades específicas, la universidad debe instruir en habilidades de uso general para la vida y sobre todo en la capacidad de adaptarse al cambio y a aprender nuevas cosas. Otra área fundamental para todas las profesiones son las competencias digitales, pues su adecuado uso las hace mucho más productivas; se sugiere entonces que todos los profesionales deberían tener capacidades para usarlas en sus labores como herramientas en el análisis y gestión de la información que manejan: La medicina en los diagnósticos clínicos, el derecho como apoyo análisis jurídicos, las ciencias sociales en al análisis del comportamiento humano, etc. No en vano, en países como Japón e Inglaterra ya se enseña algoritmia y programación a todos los estudiantes de secundaria.

La universidad, sin descuidar las competencias básicas fundamentales para seguir avanzando en términos de mejorar la calidad de la educación y las prácticas pedagógicas en matemáticas, competencias lectoras y ciencias, debe imaginar nuevos escenarios y prácticas. Escenarios en donde los alumnos de todas las profesiones adquieran competencias digitales avanzadas; tomen muchos de sus cursos de las plataformas internacionales más reconocidas y las horas de clase las dediquen a la discusión de los problemas de su campo de conocimiento, al trabajo interdisciplinario y en equipo, en donde se potencien las capacidades para imaginar nuevas soluciones y se incentiva el emprendimiento. En este nuevo marco, el profesor deja de ser el transmisor o quien todo lo sabe y asume un papel de asesor y coautor de las soluciones; su labor como “transmisor” de información pierde relevancia y su nuevo rol estará en formar habilidades en el alumno para discernir lo que es importante y válido en este mar de información no siempre confiable.

Un último rol de la universidad tiene que ver con la formación continua y cómo lograr que el gran número de profesionales que pierden vigencia se reinventen y puedan de esta manera insertarse en las nuevas dinámicas productivas que la revolución industrial está generando.

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